Muertes sin fin
- Ernesto Reyes
Este 2020 se ha convertido, en un lapso interminable de angustia, dolor y sufrimiento. Todos de algún modo, hemos perdido a alguien conocido, cercano, amado. Como en otros momentos difíciles de nuestra historia, el impacto emocional nos ha unido, igualándonos en la desgracia a pobres y ricos, sin soslayo.
El gremio periodístico y de la comunicación nacional ha prescindido, involuntariamente, de hombres y mujeres lúcidos, activos, entregados… En Oaxaca, aunque no todos fallecieron por esta letal enfermedad, harán falta a sus audiencias y, sobre todo, a sus seres queridos: Manuel Cano, Luis Martínez Cervantes, Gildardo Mota, José Luis Ceballos, Narciso Arturo Reyes, Guillermo Castillejos Ávila y Luis Soria Castillo.
Ya está aquí la temporada de muertos, con viento fresco, campos en amarillo, pero lluvias en el sureste y luto oficial de tres días, además de homenajes en memoria de quienes perdieron la vida. Hacer celebraciones masivas está contra indicado, si en verdad nos apreciamos y respetamos la existencia de nuestros semejantes.
La milenaria festividad por el día de muertos, que en términos reales son varios, se reproduce, ahora, en condiciones de confinamiento, por lo que no se debe asistir a los panteones ni participar de cualquier otra manifestación alusiva, por muy popular que sea.
En el hogar, nuestro recordatorio será íntimo, para recibirlos, con las puertas abiertas como el corazón y el entusiasmo reflejado en flores, ofrendas y veladoras a los que ya se fueron. En una convivencia imaginaria, sentida hasta los huesos, compartimos con ellos comidas, bebidas y generosos pensamientos.
Mientras en otras culturas el culto a la muerte les provoca horror, nosotros esperamos el reencuentro, aunque sea en espíritu, con esos seres que moran un reino que para unos sigue siendo el centro de los peores sufrimientos, pero para otros, espacio del gozo, de la eterna felicidad.
Bajo estas dos visiones, heredadas de nuestra raigambre indígena transitamos. El temor a la muerte, que es real, le damos vuelta en la forma con que nos comportamos ante estos seres que, de algún modo, percibimos pueden ser intermediarios con nuestros dioses antiguos, que nuestra sangre no olvida, por más que se nos hayan impuesto nuevas religiones.
Por ello, ya están prácticamente instaladas las ofrendas, en un lugar especial de la casa, en donde se recibe primero a los angelitos y después a los adultos (1 y 2 de noviembre, en sentido estricto, aunque muchos incorporan el arribo desde el día 31 de octubre).
Llegarán a aspirar el perfume de las calaveritas de dulce, tejocotes, calabaza, frutas de temporada y ricos manjares, producto de una de las gastronomías más ricas y peculiares del país, donde no pueden faltar el mole negro, el pan (de muerto), velas, veladoras, agua, espejo y una copita de mezcal, que se confunden con el olor del copal, las flores de cempasúchitl, la borla, las de san miguelito, la caña de azúcar, los tamales y el suculento aroma del chocolate, o algún platillo que le gustara al o la difunta. Hasta las mascotas tienen un lugar en el altar, tal como se coloca una foto, una imagen, en el caso de los católicos.
Salvo ahora, cada zona o región oaxaqueña, tiene sus peculiaridades para el ritual. En el Papaloapan, por ejemplo, se llegan a exponer altares en el camino al panteón de San Lucas Ojitlán, donde corre licor a raudales y la gente convida, a sus amistades, a comer mole y tamales en sus hogares. En Huautla de Jiménez, la celebración comienza el 28 de octubre y concluye el 3 de noviembre, tiempo en el que tarda la estancia de sus “muertos”. Ahí, por ejemplo, los huehuentones, o viejos sagrados, danzan en el panteón, llenando con humor y ocurrencias verbales, la velada de difuntos. Algo parecido a las comparsas del valle de Etla, conocidas como Muerteadas. En Juchitán, sin embargo, la celebración, ahora, es muy íntima, porque la visita al cementerio, la dejan para el domingo de Ramos, en plena cuaresma.
Derivado de la creencia zapoteca de que al morir se pasa a otra vida, pero no nos vamos del todo, así con esta esperanza asumimos estas fechas. Quisiéramos hacer realidad la pregunta del poeta teotihuacano, Cuacuahtzin de Tepechpan, quien se dirigía angustiado a sus amigos: ¿A dónde iremos que nunca muramos? Es muy clara la advertencia para comportarse socialmente, porque ya no queremos más muertes sin fin.
@ernestoreyes14