Muertos de hambre
- Gabriel Hernández García
Los muertos, que moran en el Mictlán, el permiso que tenían cada año para poder visitar a su vivos era el 1 y 2 de noviembre. La autorización era sólo por dos días y querían aprovecharlos bien, pues tendrían que regresar en el plazo convenido.
Para llegar al mundo de los vivos tendrían que emprender el camino de regreso, ahora en sentido contrario al que habían recorrido para llegar al Mictlán. Sabían pues las complicaciones y las peripecias que tendrían que sufrir.
Por esa razón, en la madrugada del 1 de noviembre, prácticamente todos los muertos se pusieron en camino, y conste que eran muchos. En la entrada o salida, según sea el caso, estaba Mictlantecuhtli, quien, con el ceño fruncido, más que de costumbre, les advirtió:
-Quiero decirles que estoy preocupado, según las noticias que tengo del mundo de los vivos, las cosas no están muy bien allá, tengo la impresión que les convendría mejor quedarse aquí, pero, dada la costumbre, les permitiré irse. Váyanse, pero con una recomendación, y aquí alzo la voz para advertir:
¡No se vayan a querer pasar de vivos! ¡No se vayan a tardar eh!
Y para esos que van para Tamaulipas no se les ocurra pasarse a Texas, ya ven que dicen que ahí se generó el Ébola y capaz de que se contagian y ¡no jodan! si llegan a regresar contagiados, imagínense, “mortandad de muertos” que se va dar aquí. ¡Ah! y los que van a Michoacán, Oaxaca y ¡ uuuh! los de Guerrero, ni se diga, tengan cuidado la cosa está que arde.
Todos prometieron regresar puntualmente, pues con la muerte no se puede andar con indisciplinas y, poco a poco, comenzaron a emprender el camino hacia el mundo de los vivos.
El primer obstáculo que tenían que superar era, atravesar el río Chiconahuapan y para hacerlo, tenían que hacerlo sobre el perrito que les había ayudado en su primer viaje a pasar hacia la orilla de los muertos y así lo hicieron, cada quien sobre su respectivo can. Una vez en la otra orilla, siguieron caminando sabiendo que tendrían que pasar nuevamente por los ocho collados en los cuales, un viento recio, fuerte y frío, llamado Itzehecayan, que arrastraba piedras y pedazos de navajas, les golpearía por todas partes, pero que, a pesar de todo, tendrían que atravesar. Después de eso, sabían que tenían que encontrar a la lagartija verde llamada xochitonal, y luego topar a una culebra que guardaba el camino, y, ya para llegar al mundo de los vivos, habrían de pasar en medio de dos sierras, que casi se encontraban una con otra.
A partir de allí, cada quien tendría que tomar diversos rumbos, dependiendo de las regiones, ciudades, pueblos o colonias de donde habían partido cuando habían muerto. Y así lo hicieron.
Efectivamente, empezaron a tomar diferentes direcciones y a viajar por diferentes caminos. Algunos de ellos, puesto que ya habían hecho el recorrido varios años, se sentían confiados, y no tenían ningún temor, aun cuando había elementos que les decían que las condiciones no eran las mismas que otros años.
Algunos de ellos, los que tuvieron la posibilidad de acercarse rápidamente a las casas, en donde los esperaban sus familiares, con sus altares de muerto pudieron ver que también ahora, como en otros años, se les ofrecían todas aquellas cosas que les habían gustado en vida. Para la clase media y alta, lo anterior fue posible, pues sus familias conservaban o habían acrecentado su solvencia económica.
Para otros, la inmensa mayoría, los que habían sido y muertos pobres, el camino no fue tan sencillo, habían vivido en colonias marginadas o en pueblos alejados, y tuvieron que recorrer el camino a pie, y algunos de ellos tuvieron que caminar hasta altas horas de la noche, todavía el 1 de noviembre para poder estar presente el día 2.
Quienes sí tuvieron problemas fueron los de Michoacán, Jalisco y Guerrero se encontraron en, diferentes tramos de la carretera, retenes y, cuando menos lo pensaban, se veían envueltos en terribles balaceras que, de no estar ya muertos, los podían volver a matar en un santiamén, ciertamente que la situación no había variado mucho de cuando estaban vivos, pero se preguntaban ¿ y esto cuándo terminará? no cabe duda que los vivos son tercos y tontos o, lo más seguro, es que este mundo de los vivos está tan jodido que a los vivos, no les esté quedando otra cosa que matarse.
Pero al fin y al cabo los muertos de estos estados pudieran llegar a sus casas pero sólo para encontrar que en la gran y absoluta mayoría de los hogares mexicanos la situación y los cuadros de miseria eran impensables. Al llegar lo que encontraron fue a sus parientes sentados en las camas, sillas y mesas o a la entrada de sus habitaciones con monólogos y diálogos como el siguiente.
-“Pues que me disculpen mis muertitos, pero este año, ya no les pude poner altar así como está de jodido el asunto, no tengo ni para comer yo, mucho menos para comprar las cosas que anteriormente les ofrecía, es más cuando lleguen, o si llegan a venir, les vamos a pedir que, si no guardaron un poco de lo que les dimos el año pasado, o si no que nos inviten, cuando menos estos dos días a comer lo que comen en el mundo de los muertos, porque aquí en el de los vivos estamos verdaderamente muertos de hambre”
Total, que este año los muertos pobres y/o pobres muertos, no les fue como en otros años y, mal que bien, tuvieron que regresar al Mictlán en donde el señor de los muertos les cuestionó:
Que tal señores ¿Cómo les fue?
Mal, sinceramente mal, señor- contestó uno de ellos.
¿Por qué?
Fíjese usted que cuando íbamos a llegar a nuestras casas ahí en Iguala nos encontramos una señora, toda desgarrada, toda jodida, chillando y diciendo esa frasecita de “¡aay mis hijos!” Esa expresión mamona de “¡aay mis hijos!” que antes nos daba mucho miedo y que decían que la andaba diciendo por las noches, la dizque, “llorona”, y pues ya como la vimos nos acercamos y le preguntamos qué ¿quién era? y nos dijo: ¿Qué cree usted? Que era efectivamente la llorona, fíjese usted la ¡la llorona en persona! La mera mera ¿usted cree? pero como nosotros ya estamos curados de espanto, le dijimos: Ay señora nos la imaginábamos a usted mal, pero no tan jodida y le dijimos, señora ¡pero por qué está tan maltratada? ¿Qué le pasó? porque fíjese que parecía que a la pobre la habían encuerado a la fuerza, y, sin dejar de llorar, nos dijo que efectivamente así había sido y le respondimos que cómo había estado eso y nos contó que unos dizque policías, autodefensas o lo que fuera, al salir, como todas las noches a andar queriendo espantar a la gente, los tales policías no se la habían creído, la habían agarrado y le habían dado “cran”, y usted ya sabe a qué me refiero con eso, y que por eso lloraba, porque ahora, no sabía si llorar por todo lo que le habían hecho y ahora no sabía si gritar “ay mis hijos”, “ay mis caderas” “ay mi co… ta”, y si cuando gritara iba a tener que llorar doblemente, pues no sabría si al decir “aay mis hijos” ella no iba saber ni la gente le iba entender si era por los hijos que había perdido, o por los que iba a tener.
Así está la cosa allá señor, la mera verdad nos parece que las cosas están re-feas en el mundo de los vivos, pues ni a la pobre llorona respetan y luego nos pusimos a pensar que dentro de unos tres años van a andar por ahí, los hijos de la llorona, gritando “aay mi mamá” y así va a ser cuento de nunca acabar, pero bueno, eso le pasó a la llorona, y, qué cree usted que también y por poco a nosotros nos toca, pues, cuando ya íbamos saliendo de Iguala, que nos cercan unos que nunca supimos si eran policías, autodefensas, narco-policías, y nos pegaron un tremendo susto, pues como no pudimos identificarnos, nos dieron una santa calentada, que por poco no regresamos aquí, con usted, pues así, nos lo hicieron saber, diciéndonos que por qué temblábamos, que si teníamos mucho frío y que si así era, nos iban a echar un poco de gasolina y un cerillito y después de eso nos mandarían a una fosa, que ni el gobierno con todas sus fuerzas y aparatos de inteligencia nos iba a poder encontrar. Así es que, señor Mictlantecuhtli, yo francamente, para el año que viene, mejor no me apunto para ir a ver a mis parientes, pues como usted dijo, allá en el mundo de los vivos las cosas están peor que aquí.