La tentación de reprimir a la orden del dia

  • Carlos Noé Sánchez Rodríguez

 Los gobiernos, sobre todo los representantes o los que dan la cara (presidente, gobernadores o los secretarios de estado) cada vez que pueden declaran que la situación económica del país “va viento en popa”, que en pocos años México entrara en una época de bonanza en donde se ira acabando la pobreza y todos los males sociales que hoy padecemos, que la situación actual solo es un bache del cual saldremos muy pronto para tomar, ahora sí, el deseado crecimiento y progreso, que lo único que se necesita es algunas reformas estructurales en el ámbito de la economía y de la política para quitarles viejos dogmas que son obstáculos, para lograr una sociedad más justa y democrática y por lo tanto más feliz; algunos otros, un poco más realistas, advierten que quizá se tarde un poco de tiempo porque los errores cometidos en el pasado fueron graves y los problemas son complicados y que en esta tarea estamos implicados todos, si bien sólo se dice que avanzaremos por decisiones gubernamentales que son las mejores, aunque a los tres o seis años sean obsoletas o equivocadas.

             En el estado de Tlaxcala no varía esta situación, pues a cada rato aparece en la prensa declaraciones del Ejecutivo o de algunos funcionarios del mismo o de presidentes municipales  argumentando que con acciones de orden, de disciplina, de trabajo intenso e intencionado, se está retomando el camino del progreso y bienestar, y que en cambio las administraciones pasadas, sobre todo si fueron de otro partido, fueron de dispendio, de desorden, de caos y corruptelas por todos lados, en fin, que casi todo lo que se hizo estuvo mal planeado y peor ejecutado, dejándoles pasivos muy grandes y muy difíciles de contrarrestar.

           Sin embargo las mismas instancias oficiales, sobre todo las que miden y cuantifican los problemas sociales no hablan de bonanza, ni de crecimiento y mejoría de las condiciones económicas de las mayorías, todo lo contrario, hablan del deterioro de la pobreza según como se mida: alimenticia, patrimonial, de seguridad social etc., y lo mismo sucede  con los índices  de violencia,  de empleo, de vivienda, de salud, de educación etc.

           Pero además la situación del ciudadano común, del trabajador, de las amas de casa, de los estudiantes, de los maestros, de los campesinos y pequeños comerciantes, cuyos magros ingresos aumentan ridículamente  con la consecuente  disminución franca de su poder de compra y por tanto la disminución de su calidad de vida, o su endeudamiento progresivo hasta la forzada venta de los bienes de los que gozaba, es cada vez más agravante.

            Pero los gobernantes y funcionarios al parecer no perciben la realidad e insisten en creer que lo que afirman es la verdad, y el que no la acepta es un necio o un desadaptado o hace de su inconformidad un negocio para vivir de él o persigue algún interés político del que saca provecho, así de esta manera el gobernante se vuelve sordo e insensible  a las peticiones y a los reclamos de los gobernados, y lo que es peor, la tentación de reprimir no solo las protestas legales y permitidas por la ley, sino las acciones y reclamos realizadas por los cauces legales se pone a la orden del día.

           El problema en sentido creciente es que a medida en que aprietan las dificultades económicas la represión aumenta, acercándose a una sociedad antidemocrática, gobernada por verdaderos tiranos, cuya única forma de sostener el poder es empleando el garrote, como ha sucedido en la historia de la humanidad entera y particularmente en nuestra gran nación.
Y ante esta serie de situaciones, al pueblo pobre no le queda otra opción que volver a retomar la misma historia, sólo entonces sabrá que estas difíciles condiciones se mejoraran cuando use otra vez su arma de siempre, su número y su unidad de acción.