Tuxtepec, Oaxaca – En la colonia El Esfuerzo, la ira colectiva se convirtió en juez y verdugo. Un hombre, conocido como “El Payaso Soldadín”, fue señalado y acusado de haber cometido un acto de violencia contra una menor de edad. No hubo juicio, no hubo pruebas presentadas, solo el grito de la furia, la certeza del castigo inmediato.

Lo golpearon hasta que la vida comenzó a escapársele de a poco. Nadie preguntó, nadie esperó, nadie comprobó la veracidad de la acusación. En el fragor del castigo, la ley quedó relegada a las sombras, y la venganza tomó su lugar. Él cayó, y con él, la posibilidad de conocer la verdad.
Su hermana, en un acto de amor desesperado, intentó arrebatarlo del umbral de la muerte. Logró llevarlo a un hospital, pero era tarde. 

Este tipo de situaciones ocurren cuando el "pueblo" toma la justicia por propia mano, usando la máxima de "si se lo entregamos a la policía, luego van a soltar".

Ese "pueblo" justiciero está conformado muchas veces por gente con antecedentes y frustrada de la vida y hay que decirlo ignorante de la ley y de los derechos de los demás, gente que solo escucha una versión de la historia, para sacar conclusiones y dar un castigo severo y ejemplar, muchas veces sin comprobar si los dichos del acusador eran verdad.

Hoy, la Vicefiscalía Regional de la Cuenca del Papaloapan investiga lo ocurrido. Pero más allá de un expediente, queda una pregunta que nos sacude: ¿Quién nos da el derecho de arrebatar una vida sin certeza, sin juicio y sin piedad? ¿Y si era mentira lo de los tocamientos? ¿ Era necesario quitarle la vida, solo por un tocamiento? Lamentablemente así hay gente que sin comprobar, señala y castiga.