Algunas lecciones de las elecciones
- Aquiles Córdova
En el proceso electoral que acaba de concluir, cinco candidatos a una diputación (cuatro al Congreso de la Unión y uno al congreso mexiquense), tres candidatos a presidentes municipales en el Estado de México –Chimalhuacán, Ixtapaluca y Texcoco– y seis en el estado de San Luis Potosí, formados en el seno de Antorcha, salieron a campo abierto a tratar de ganarse el voto popular. De los cuatro candidatos al Congreso de la Unión, dos compitieron en sendos distritos del Estado de México y dos en distritos del estado de Puebla. De todas estas propuestas cobijadas por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), sólo perdieron la competencia uno de nuestros candidatos a presidente municipal en San Luis Potosí y uno en el Estado de México, el doctor Brasil Acosta Peña, que buscó la alcaldía de Texcoco.
Este resultado no es malo ni desalentador. Pero no son victorias efímeras ni triunfalismos sin base lo que quiero compartir hoy con mis probables lectores, sino las lecciones –trascendentes a mi juicio– que este proceso electoral dejó, sobre todo, a los antorchistas del país. En este orden de ideas, destaca la “derrota” de Brasil Acosta Peña en Texcoco. Todo mundo, sus oponentes y detractores incluidos, concuerdan en que se trata de un personaje de elevadas y poco comunes prendas, profesionales y personales, que hacían de él un candidato ideal. Como profesionista, se trata de un doctor en ciencias, graduado en economía; es decir, alguien capacitado para estudiar con profundidad y rigor los problemas económicos y sociales de Texcoco, para descubrir sus causas –intrínsecas y extrínsecas al municipio–, hacer un diagnóstico integral y derivar de él propuestas, fundadas y eficaces, para empezar a resolver dichos problemas. Como persona, se trata de un hombre joven, sin vicios, de conducta morigerada, austera en todos los terrenos; sin fortuna mal habida ni ambición desmedida de riqueza, como lo demuestran su desempeño profesional y su corta carrera política; modesto, sensible, que sabe escuchar con paciencia y simpatía y entender y responder con honradez a las demandas que se le plantean. Y con la energía de su juventud para llevar la pesada carga de dirigir un municipio tan grande, importante y complejo como Texcoco.
Así las cosas, resulta inevitable la interrogante: ¿Cómo se explica la derrota de éste que fue (y es sin duda) uno de los mejores abanderados del PRI, no sólo en el Estado de México sino en el país entero, me atrevo a decir? ¿Cómo entender que los electores texcocanos hayan desdeñado las virtudes humanas, científicas y políticas de uno de sus mejores conciudadanos y le haya dado la espalda en las urnas? La respuesta no es difícil aunque sí molesta para algunos: al Dr. Brasil Alberto Acosta Peña no lo derrotó ni su personalidad, ni su carácter de Antorchista, ni la nutrida, feroz y costosísima campaña mediática que MORENA y su candidato desataron en su contra, violando abiertamente la Constitución Política, la ley electoral, la ley de prensa, el bando municipal, los derechos humanos de él y sus seguidores y hasta los principios político-sociales que dicen tener y defender. Y no queremos decir con esto que la guerra excrementicia no haya hecho ninguna mella en la opinión pública, ni que a todos los texcocanos les sea indiferente la filiación antorchista del doctor Brasil Acosta. Pero es un hecho craso que ambos recursos fueron usados con profusión y sin escrúpulos contra todos nuestros candidatos, a pesar de lo cual ganaron sus respectivas contiendas. Un sencillo ejercicio aritmético sobre los resultados de la elección en Texcoco demuestran que al doctor Acosta no lo derrotó ni su insuficiente perfil político y humano, ni MORENA con su campaña de lodo, de intimidación, de persecución y de terror, sino la falta de lealtad y apoyo verdadero del priismo tradicional texcocano, cuya estructura trabajó en su contra y promovió el voto “cruzado”: no a Brasil, sí a las otras candidaturas del PRI. Resultado: todos los candidatos priistas fueron derrotados por MORENA. La victoria del candidato morenista es, pues, una victoria pírrica, pagada al precio de pactos secretos e ignominiosos que ya se irán descubriendo con el tiempo.
Pero la conducta del priismo texcocano no fue excepcional. Aunque bajo diversas formas y modalidades, lo mismo ocurrió en Ixtapaluca, en los Reyes La Paz y en los distritos electorales con cabeceras en Atlixco y Ajalpan, Puebla. En varios de estos casos, el priismo “tradicional” no sólo maniobró en la oscuridad y bajo la mesa, sino que salió a los medios lanzando ataques y haciendo declaraciones agresivas y descalificadoras contra los candidatos antorchistas. Y en los medios quedó la constancia de lo que digo. En Ajalpan, Puebla, se llegó al extremo de atacar a balazos, al amparo de la noche y de la policía de Ajalpan, el domicilio de la suplente de la antorchista Edith Villa Trujillo; y no hay duda razonable de que el asalto fue planeado y financiado por los viejos caciques priistas de la Sierra Negra poblana. Pero aquí no se trata de reutilizar el viejo y manido recurso de formular acusaciones viscerales, ni de formular una queja plañidera a sabiendas de que nadie le hará caso. Se trata de un intento de elevar la mira política, de ir más lejos y más alto si se puede, apoyado en lo ocurrido en estas elecciones.
Es bien sabido que desde nuestra incorporación al PRI en 1988, ha existido un sector inconforme (esto no ocurre sólo en el PRI, sino también fuera de él, en ciertos grupos del llamado “poder fáctico”) que nos rechaza y acusa de ser un “Caballo de Troya” que sólo quiere “usar” la fuerza política y el prestigio del PRI para escalar puestos, conquistar demandas y lograr un gran desarrollo que nos permita desbancarlo del poder de la nación. Estas fuerzas esgrimen, para oponerse a nuestro avance, el argumento de que defienden lo que es legítimamente suyo frente a nosotros, usurpadores que los queremos despojar con malas artes. Tal planteamiento es esencialmente falso y peligrosamente miope. Antorcha no nació para escalar posiciones ni para pelear a nadie el poder de la nación, y de esto hay constancia escrita y mediática fácilmente comprobable. Siempre nos hemos concebido como una organización cuya tarea es acuerpar y cualificar políticamente a los pobres, desvalidos y marginados, con el fin de darles peso y presencia política para reclamar justicia social, una reivindicación que figura en el propio lema del PRI. En tiempos en que dirigía la CNC el Ing. Mario Hernández Posadas, yo dije en un discurso pronunciado en Puebla ante el propio Ing. Hernández Posadas y la plana mayor cenecista, que todos los gobiernos “emanados de la revolución” reconocían de palabra la enorme deuda que la propia revolución y el país tenían con los campesinos y los pobres en general, pero que ninguno se preocupaba en serio por pagarla. Antorcha, dije entonces, es una organización que nació, precisamente, con el único fin de cobrar esa deuda.
Y esa sigue siendo nuestra razón histórica de existir y de seguir luchando. Si hemos crecido y si hoy participamos en lides electorales, eso no obedece a que hayamos mentido en el pasado, o a que hayamos cambiado de bandera por habérsenos despertado la ambición de poder, sino justamente a que la deuda de que hablé entonces no sólo no se ha pagado, sino que ha crecido enorme y peligrosamente. Y los “verdaderos priístas”, esos que reclaman como supremo mérito sus largos años de militancia y se dicen despojados por nosotros, no sólo no se han ocupado nunca de exigir, al lado del pueblo, el pago de esa deuda, sino que en muchos casos son ellos quienes más trabajan por incrementarla, despojando a los menesterosos (o ayudando a otros a hacerlo) de lo poco que les queda. El pueblo sabe esto, los conoce y por eso les da la espalda y nos empuja a nosotros a pelear el poder a quienes lo han tenido siempre, pero sólo para su beneficio. Es, pues, una completa tontería culpar a Antorcha de esta situación, en vez de reconocer en ello la prueba irrefutable de que sus viejos métodos de engaño, manipulación y explotación ya no dan resultados. El pueblo exige un político de nuevo cuño, como los que forma Antorcha o mejores si se puede; y el recurso que le queda a la “meritocracia” priista no es atacar a balazos a los candidatos antorchistas, ni calumniarlos y arrinconarlos votando en su contra, sino decidirse a cambiar de piel, a renovarse como hombres y como políticos, si quieren conservar el poder en sus manos. Si no, Antorcha o cualquier otra fuerza que surja en el país, pero alguien tarde o temprano, aprovechará su desprestigio para defenestrarlos y ocupar su lugar. La historia es así y nadie puede detenerla.