Who watch the watchmen?
- Moisés Molina
Esta era la pregunta que se dejaba ver como consigna en las paredes de alguna caótica ciudad de Estados Unidos en una de las escenas iniciales de “Watchmen”, la película dirigida por Zack Snyder; ¿Quién vigila a los vigilantes?
Este aventurado proemio a una columna política va alejándose de la frivolidad que puede sugerir una producción de Universal Studios y Paramount Pictures cuando se toma en cuenta que está basada en una novela gráfica del mismo nombre, hecha posible por tres genios: el escritor Alan Moore, el artista Dave Gibbons, y el colorista John Higgins.
¿Qué motivó a Moore? ¿Cuál fue el punto de partida, no solo del título, sino de la trama? La misma pregunta que en latín formulara hace 19 siglos el poeta romano Juvenal: “Quis custodiet ipsos custodes?”
Aunque la pregunta original de Juvenal versaba sobre la fidelidad en el matrimonio, su uso se extendió inevitablemente a la filosofía política y más estrechamente a lo planteado por Platón en “La República” respecto del gobierno y la moral; y posteriormente a la famosa doctrina de la división de poderes.
No sin abrir la puerta a la polémica, es válida para muchas y muchos, la idea de que hoy tenemos un cuarto poder que vigila a los tres restantes en las democracias. La prensa es el nuevo “vigilante” y ante el auge de las redes sociales no es menester abrazar el ministerio del periodismo para vigilar la actuación, incluso de la prensa.
La pregunta en el fondo sigue inalterada siempre que los “vigilantes” existan ¿Quién los vigila a ellos?
No en mi intención que se tome esta reflexión siquiera como un pétalo que toque la libertad de expresión. Que quede claro. Todas y todos podemos expresar cuanto se nos venga en gana aunque al amparo de la libertad de expresión se dé rienda suelta a la irresponsabilidad.
El aserto de fondo debe, sin embargo cambiar su sentido. No es que cada quien opine lo que quiera opinar; es que cada quien crea lo que quiere creer. Y entramos a los escabrosos paisajes del libre albedrío, la desinformación, la propaganda y la credibilidad.
No es un tema sencillo, amable lector, pero sus efectos prácticos no son tan complicados en un público responsable y parte de la responsabilidad es estar lo mejor informado posible.
En un país cuya realidad es dominada por la política, donde las percepciones de la gente son vorazmente disputadas por intereses contrapuestos y donde la lucha más encarnizada se da por los votos que son la moneda de cambio del poder, la irresponsabilidad al informar está a la orden del día.
Por eso Oaxaca y México no tienen concordia. Pareciera que esta guerra por la conquista de las percepciones solo arroja perdedores. Izquierda contra derecha; gobiernistas contra anti-gobiernistas; sección 22 contra sección 59; empresarios y comerciantes contra sección 22; La Jornada contra el Reforma; obradoristas contra peñanietistas; reformistas energéticos contra anti-reformistas; y los partidos políticos enconados entre sí.
¿Quién tiene la razón? Que el veredicto final lo den los vigilantes. Pero cuando encontramos vigilantes con se$go, vigilantes carentes de objetividad, vigilantes con intereses egoístas, vigilantes con filias o con fobias, vigilantes con consigna, asaltantes a pluma armada o vigilantes volubles y proclives a decir una cosa como a decir otra, no podemos encontrar garantía.
Los ciudadanos más críticos, entonces, terminan por hartarse y ensimismarse en la inmediatez de sus asuntos. No hay faros, no hay guías, no hay puntos de referencia.
¿Ejemplos más cercanos a nosotros? ¿Qué le parece la guerra de percepciones respecto a las recientes movilizaciones violentas de la sección 22 contra oficinas priistas? Lo que menos importa a quienes emiten juicios y reparten paternidades y culpas es la verdad del asunto. Su mezquina intención es causar daño al adversario político, más por frustración que por esperanza de que así suceda. Que Oaxaca se joda si de ello se saca raja política culpando al enemigo, aunque sea del mismo partido.
Cuando usted –amable lector- lea este tipo de juicios pida pruebas, cuestione, exija que, en un acto de respeto hacia usted, se le den argumentos sólidos. Mucha de esa información es comida procesada y muy procesada. Haga que dejen de pensar que usted come de su mano. No permita que le den trato de torpe, por decir lo menos.
Comience usted a vigilar a estos falsos vigilantes.