PRD, peor imposible

  • Rodolfo Ruiz R.

El fundador y líder moral del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, tiene razón en advertir que este partido, constituido hace 25 años, se encuentra ante el riesgo de sufrir una inminente fractura, achicarse o precipitarse hacia su declive como consecuencia del abandono de los votantes en las elecciones venideras.

Y también en sus críticas al grupo dominante del PRD —Los Chuchos— que bajo el falso discurso de erigirse en una izquierda moderna, supuestamente democrática y alejada de radicalismos, ha convertido al sol azteca en un instrumento al servicio de los gobiernos en turno, haciendo de lado u olvidándose de los principios y valores de sus promotores y fundadores.

Sin embargo, Cuauhtémoc Cárdenas no es ajeno a la crisis del PRD, pues su carisma, ascendencia y liderazgo moral entre los miembros de la izquierda mexicana y sobre amplios sectores sociales, lejos de capitalizarlos en la construcción de un partido organizado y estructurado, a partir de ciertos principios ideológicos o conceptuales y un programa de acción de corto, mediano y largo plazo, le han servido para postularse —hasta en tres ocasiones— a la presidencia de la República y obtener la jefatura de Gobierno del Distrito Federal, entre otros cargos.

Por culpa de Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, el PRD ha sido un partido caudillista o personalista. No por nada ambos han sido sus únicos candidatos a la presidencia de la República, desde que el partido del sol azteca se fundó el 5 de mayo de 1989, en la Sala de Armas de la Magdalena Mixhuca, en el Distrito Federal, después de que Heberto Castillo y otros miembros del Partido Mexicano Socialista (PMS) le cedieron su patrimonio y registro legal.

En este contexto la pretensión del hijo del General Lázaro Cárdenas de volver a encabezar el PRD, con amplias y discrecionales facultades, en aras de mantener la unidad del partido heredero del PCM, el PSUM y el PMS, garantizar la permanencia de las corrientes que hoy lo integran, y evitar su desfonde una vez que aparezca en el escenario electoral el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), resulta poco convincente.

La democracia mexicana requiere de una izquierda fuerte y unida, y de un partido ideológica y doctrinalmente contrario al PRI y al PAN, ahora que ambos parecen compartir los mismos proyectos políticos y económicos aunque con diferentes matices.

Una izquierda así, estructurada con comités estatales y municipales, con dirigentes electos en procesos institucionales y democráticos, y cuadros educados en los principios del socialismo moderno —opuestos al liberalismo económico hoy en boga—, puede ser un buen contrapeso, y una opción atractiva para los votantes en las elecciones de 2015 y 2018.

Pero mientras el PRD continúe como un conglomerado de tribus dizque de izquierda, con líderes que tienen más intereses que principios y que en lugar de luchar contra la desigualdad, la inequidad y la antidemocracia, se hacen cómplices de gobiernos y acciones contrarias al socialismo democrático, los riesgos de que se divida o se achique son crecientes.

Sobre todo después de que el partido Morena impulsado por López Obrador obtenga su registro del Instituto Nacional Electoral.

El modelo de la corriente dominante del PRD, Nueva Izquierda, de hacer del sol azteca un partido bisagra al servicio del PRI o del gobierno de Peña Nieto, o del PAN y algunos de sus gobernadores como Rafael Moreno Valle, en función de las coyunturas electorales o los intereses de sus dirigentes, ya no da para más, por lo que la apuesta de Los Chuchos de extender su permanencia en el Comité Ejecutivo Nacional a través de Carlos Navarrete parece francamente imposible.

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