Dejar la política a los políticos

  • Moisés Molina
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Con el inicio de 2014, el ciclo político se renueva en Oaxaca. La vida del zoon politikon oaxaqueño se mide en trienios y la paulatina concurrencia de los procesos electorales la hacen cada vez más intensa y compleja.

La idea del legislador de que nuestras sociedades dejen de vivir en campaña casi permanente puede, en la práctica, no corresponder al ideal perseguido. Votar en una sola jornada todos los cargos de representación popular trienales o sexenales recarga toda la conflictiva poselectoral en un solo momento. ¿Cuál es la idea? ¿Gastar menos dinero público? ¿Tener menos conflicto? ¿Ambos?

Pareciera una fórmula sencilla y resultaría interesante que la autoridad nos ofreciera un comparativo de gasto y de conflicto poselectoral antes y después de las recientes elecciones concurrentes en Oaxaca.

Y es que Oaxaca es – aunque pudiera sonar a obviedad- un estado como ningún otro. En diferentes espacios académicos de análisis y discusión en que he tenido la oportunidad de participar en diferentes lugares del país, Oaxaca es invariablemente ejemplo de desafío. Se nos tiene por laboratorio de lo inverosímil, paraíso para la integración de la ley en sus lagunas; si algo ha de fallar en los productos legislativos, seguro ha de fallar primero en Oaxaca.

Más allá de nuestra complejidad administrativa dibujada por 570 municipios y más allá del atractivo turístico electoral que representan los usos y costumbres tocados hoy por la caprichosa eufonía del “sistemas normativos internos”, en Oaxaca pasa algo con nuestra gente. A su modo, pero nuestra gente está muy politizada. En la comunidad más apartada se hace política y hasta queda espacio para la grilla.

En un estado de zonas tan pobres materialmente, la danza de dinero de cada tres y seis años es ácido del más potente para el tejido social. Y es que más que por el poder, la disputa es por el presupuesto.  La política que alguien definió como una guerra sin sangre, hoy indisociable del dinero, llega a convertirse en una guerra con sangre.

El municipio más pequeño es susceptible de convertirse en un polvorín y los odios ahí pueden alcanzar magnitudes insospechadas. En un estado como Oaxaca siempre hay argumentos para la violencia. En Oaxaca no se puede ganar por un voto, se pueden ir al diablo las instituciones, el poder judicial pierde su honorabilidad y el Instituto Electoral es sistemáticamente inservible.

Una cosa queda clara. Donde los gobiernos no han podido resolver las necesidades materiales jamás podrán construir ciudadanía y jamás podrán apelar a los valores que la democracia occidental conlleva.

Por eso es tan complicado Oaxaca y por eso hay que ir administrando una permanente crisis política municipio por municipio. Hay que atender el ego herido de los perdedores, los reclamos de fraude electoral, los alegatos contra cacicazgos, las denuncias de dados cargados y favoritismos de los gobiernos. En lo dicho, razones hay de sobra para la toma de palacios, para el cierre de caminos, para la piromanía y hasta para los heridos y los muertos.

Donde unos alegan legalidad, los otros alegan justicia. Y paradójicamente, en la mayoría de los casos, la panacea la trae el mismo dinero. La gobernabilidad cuesta dinero y posiciones y en no pocos casos, las autoridades gubernamentales se reducen a cajeros que disponen del dinero que no es suyo. De autoridad se convierten en meros mediadores, pero no pueden hacer nada más. Visto está que el costo de aplicar la ley es muy alto.

Quien gobierna Oaxaca, está listo para gobernar casi cualquier parte del mundo.

¿Cuánto dinero cuesta la gobernabilidad? ¿Cuánto es el costo de la no aceptabilidad de la derrota? Nunca lo sabremos. Bástenos con saber que con ello se podrían construir muchas escuelas, hospitales y áreas deportivas. Aunque no tengamos un sistema político de calidad, al menos no tenemos violencia visible y eso, mediocremente, hay que agradecerlo.

Las noticias nos dicen que 14 municipios tendrán administrador municipal. De 570, parecen no ser muchos y la mayoría de os pocos que se preocupan por los asuntos públicos lo ven hasta aceptable. Pero son 14 sociedades que tendrán una autoridad que no eligieron, para las que el proceso electoral fue tiempo y dinero perdido. 14 conglomerados humanos que exhiben el fracaso de la democracia.

Esa es la realidad y no termina ahí. En un escenario tan complicado lo normal sería que las nuevas autoridades municipales se esmeraran en hacer el mejor de los papeles, con honestidad, con altura de miras, con denuedo, viendo en todo momento por el bien de la colectividad. Tristemente veremos que en la mayoría de los casos no será así y que el ejercicio de gobierno se convertirá en la recompensa a tanto sufrimiento de pre campaña, de campaña y de conflicto poselectoral. Por eso los ayuntamientos se convierten en botín y la ciudadanía ajena a todo este juego perverso sigue sin ver las obras y los programas que los municipios necesitan.

¿Qué sigue? ¿Qué hacer para que las cosas mejoren poco a poco? ¿Qué hacer para construir ciudadanía? Vigilar a nuestras autoridades, hace uso de nuestros derechos de acceso a la información y a la transparencia. Los nuevos gobernantes debían dar el primer paso construyendo palacios municipales de cristal. Brindando a la ciudadanía la confianza de que están sujetos al escrutinio público, utilizando escrupulosamente los presupuestos y convocando al pueblo a gobernar con ellos. La democracia participativa es lo único que puede corregir el rumbo de las cosas.

Si la ciudadanía sigue dejando la política a los políticos, la historia se repetirá y las próximas generaciones, sumidas en la misma apatía seguirán sufriendo las mismas desgracias públicas.

*Delegado Nacional del Partido Verde Ecologista de México en Oaxaca