México ¿Campo de prueba de la “Teoría Del Caos”?
- Aquiles Córdova
Según un portal de noticias serio, uno de cuyos méritos es su independencia respecto de las poderosas agencias occidentales de noticias, lo que hoy estamos presenciando en Irak, Afganistán, Palestina, Siria, Libia y Ucrania, por mencionar los casos más visibles, no es fruto de las precarias condiciones económicas y políticas (feroces “dictaduras” antipopulares) de esos países, ni de la incapacidad de sus pueblos y de sus organizaciones de combate dispuestas a cambiar esas condiciones, sino el resultado de la aplicación consciente, premeditada y cuidadosamente planificada de la llamada “Teoría del Caos” por parte de las élites económica y militar de los Estados Unidos, que busca materializar así su viejo y nunca abandonado sueño de dominación mundial, de hegemonía absoluta sobre el planeta entero, al precio que sea, incluida la guerra nuclear.
¿Qué es y en qué consiste la “Teoría del Caos”? Copio textualmente del portal mencionado: “…desde hace muchos años, el Pentágono ha publicado todo tipo de documentos sobre la «Teoría del Caos» del filósofo Leo Strauss. Hace sólo unos meses, Andrew Marshall, un funcionario que debería de estar jubilado desde hace más de 25 años, aún disponía de un presupuesto de 10 millones de dólares al año para investigar sobre este tema”. Luego precisa: “El principio de esta doctrina estratégica puede resumirse de la siguiente manera: la manera más fácil de saquear los recursos naturales de un país por largo tiempo no es ocupar ese país sino destruir el Estado. Sin Estado no hay ejército. Sin ejército enemigo no hay riesgo de ser derrotado. Así que el objetivo estratégico de Estados Unidos y de la alianza que dirige –la OTAN– es única y exclusivamente la destrucción de los Estados”. (El subrayado es de ACM). Según el autor de la nota, es la estrategia del “caos” la que explica la confusión reinante en torno a los conflictos en el cercano y medio oriente, en el norte de África y en Ucrania; la aparición súbita de un ejército de miles de fanáticos, con todas las armas y recursos para desafiar a gobiernos establecidos como los de Siria e Irak, con permiso para llevar a cabo masacres de “infieles” y hacer que miles de hombres, mujeres y niños abandonen sus hogares y busquen refugio lejos de su tierra o de su país, a veces a costa de su vida, como ocurre con los náufragos libios frente a las costas de Italia, generando así la inestabilidad y debilidad de los gobiernos del área y permitiendo el control de los países respectivos.
Y así se explica también la aparente impotencia del “mundo civilizado” para poner un alto definitivo a tanto desastre, a pesar de haberse unido en contra de sus promotores todas las potencias de la UE y los Estados Unidos. Según esto, pues, no estamos ante el fracaso de las aspiraciones de paz, de desarrollo económico y social y de convivencia armónica entre todos los países de la tierra sustentadas por toda la humanidad, como sostienen algunos, sino ante el fruto esperado de una aplicación exitosa (al menos hasta hoy) de la “Teoría del Caos”, de la estrategia de la ultraderecha norteamericana para hacerse con el control absoluto del planeta. Ya lo dijo alguien: hoy, el precio de la paz mundial y de la sobrevivencia de la civilización y de la humanidad misma, es el sometimiento incondicional del mundo entero a los intereses norteamericanos.
Ahora bien, ¿no parece, acaso, que lo que ocurre en México es algo muy parecido a lo que se nos informa y describe en Irak, en Libia, en Siria y en Ucrania? ¿No es obvio que nos lleva a un resultado similar la incidencia, al parecer imparable, de hechos sangrientos; de enfrentamientos armados entre grupos delictivos, o entre alguno de éstos y los cuerpos de seguridad en pleno corazón de importantes ciudades del país; los tiroteos y muertes entre las llamadas policías comunitarias, o la toma de poblaciones indefensas por parte de alguna de estas “policías comunitarias”; las algaradas y motines violentos con bloqueos de autopistas vitales, de oficinas de gobierno, de puertos y aeropuertos, de hoteles y centros comerciales; el incendio de muchas de tales instalaciones con grave perturbación del normal funcionamiento de la vida económica y política del país y el consiguiente escándalo mediático, incluso a nivel internacional? ¿Es sólo incapacidad e impotencia del poder judicial el no llegar al fondo de los crímenes más sensibles y alarmantes para poner en claro sus verdaderas causas, descubrir a los auténticos orquestadores y responsables y aplicar en ellos la justicia que la sociedad reclama? ¿Que todo quede sepultado bajo un montón de información inconexa, fragmentaria, irrelevante; de declaraciones torpes e insustanciales de los “investigadores” y de una “apantalladora” estadística de detenidos y procesados que nunca precisa la jerarquía ni el grado de responsabilidad de los “detenidos”?
Ejemplo oportuno es el secuestro y casi seguro asesinato de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. ¿Alguien cree, acaso, que el último y máximo responsable de semejante atrocidad es el presidente municipal de Iguala y su esposa, por muy perversos o corruptos que se les suponga? Y si descartamos definitivamente al Gobierno de la República y al Ejército Mexicano (y tenemos que hacerlo puesto que nadie, absolutamente nadie ha ofrecido una sola prueba digna de crédito en su contra) la pregunta es: ¿quién tiene tanto poder, recursos y capacidad de acción, aparte de ellos, para llevar a cabo un crimen de tal magnitud y salir indemne de la aventura? ¿Será acaso la CIA o algún otro ente de igual poder y experiencia en este tipo de provocaciones? ¿Y qué decir del masivo y multimillonario trasiego de armas de todo tipo desde territorio norteamericano hacia México? ¿Es creíble que la mejor policía y cuerpos de élite del mundo, pertrechados además con la tecnología más avanzada, no puedan parar ese tráfico ni detener y encarcelar a los mercaderes de la muerte? Y la guerra entre cárteles mexicanos de la droga, atizada precisamente con esas armas y que ha sumido al país en un baño de sangre, ¿no sugiere también que hay una mano escondida que mece la cuna? ¿Qué mano es esa? Todos estos hechos, tomados en conjunto y tratando de visualizar las relaciones entre ellos, ¿no sugiere fuertemente la imagen de un plan de desestabilización del país?
En este contexto, la acción de los grupos más radicales que protestan violentamente contra el gobierno no parece tener en cuenta el peligro que se cierne sobre la nación. No seré yo quien dé nombres ni quien acuse a nadie de actuar en connivencia con los enemigos exteriores de México; pero no se necesita gran agudeza política para caer en la cuenta de que, hacer algo semejante y justo en este momento, es sumarse objetivamente a los nefastos propósitos de los posibles desestabilizadores de México y del Gobierno Mexicano. Y más sorprendente resulta que muchos titulares y funcionarios de los tres niveles de gobierno eviten cualquier acción de contención y disuasión (no de represión) de los más desbocados actos de violencia y, en cambio, con prontitud y obsequiosidad inusitadas negocian con los inconformes y les conceden todo, es decir, no sólo aquello a lo que tienen derecho sino también lo que implica un claro abuso de la fuerza, lo cual es una forma eficaz de alentar el uso de la misma. En cambio, descargan toda su ira, su prepotencia y su capacidad de maniobra en contra de quienes, como el Movimiento Antorchista Nacional, protestan pacíficamente con objetivos claros y legítimos, respetando la integridad de todo y de todos; y no contentos con el trato despótico y elusivo, sueltan los señores funcionarios su jauría mediática para que nos bañe de lodo y excremento de pies a cabeza. ¿No se dan cuenta, acaso, que con ese doble rasero abonan a la inestabilidad del país? ¿O lo hacen con toda premeditación? El próximo 27 de mayo, saldrán a las calles de la capital del país 100 mil antorchistas en busca de diálogo y solución a sus demandas, largo tiempo preteridas por las autoridades respectivas. Desde hoy y desde aquí, invito al país entero a que observe con cuidado lo que ocurrirá en esa fecha, de modo que pueda comprobar por sí mismo si tengo razón, o no, en lo que aquí digo.