Pensemos más hondo: ¿Qué México queremos para el futuro?

  • Aquiles Córdova Morán
  No hay manera de ignorarlo: en todo el país, como en la Borinquen del “Jibarito” Rafael Hernández, “se oyen los lamentos por doquier”. Se quejan las madres trabajadoras que se quedaron sin guarderías para sus pequeños; se quejan los desamparados que ya no pueden mitigar su hambre en los comedores comunitarios; se quejan los ex beneficiarios de “Prospera” que, a su decir, era más universal, más oportuno y más seguro que las tarjetas actuales, más selectivas, clientelares y erráticas; se quejan los empleados de clase media que perdieron su empleo o que súbitamente vieron bajar su sueldo porque “era excesivo”; se quejan las constructoras pequeñas y medianas, porque no hay obra pública y sufren un paro forzoso; se quejan los campesinos que, por falta de fertilizante, vieron disminuida su cosecha; se quejan los agricultores grandes por la ausencia de apoyos para la comercialización de sus productos y corren el riesgo de perder su inversión.
 
  Pero quizá la queja más dolorida y airada sea la de quienes perdieron el seguro popular y ahora, en los hospitales y clínicas del sector público, les niegan la ayuda gratuita que antes recibían. En particular quienes padecen alguna enfermedad de las llamadas crónico-degenerativas, como la diabetes, la artritis reumatoide, el VIH, el cáncer, etc., se duelen de que, de pronto, les niegan las medicinas, las jeringas, las diálisis, las consultas que antes eran gratis, y hoy simplemente les dicen que tienen que pagarlo de su bolsillo. He podido escuchar la queja de vendedores ambulantes, empleados de bajos ingresos, amas de casa, colonos y campesinos que me aseguran que hoy, para ingresar a un hospital “del gobierno”, les exigen depositar una fianza de ciento cincuenta mil pesos. Y, con una mirada de profundo abatimiento, me interrogan: ¿de dónde voy a sacar yo ese dinero, si apenas gano para “irla pasando”?
 
  La otra queja, muy lacerante y justa, es la de las familias que han sido víctimas del secuestro, el asesinato o la desaparición sin dejar huella de un ser querido a manos de la delincuencia sin control. Las hiere hondamente, además, la saña con que los asesinos tratan a la víctima (o quizá solo a su cadáver): degollamientos, descuartizamientos, incineraciones, disolución de los restos con ácido sulfúrico, etc. Todas estas brutalidades impactan a la familia de un modo aplastante, devastador hasta los límites que puede soportar la razón humana sin colapsar. Hechos de esta naturaleza terrible, junto con padres y madres de niños que padecen cáncer y que se han quedado sin el tratamiento indispensable por falta de medicinas, son los que, en estos días, han levantado más alto, y en forma más valiente y decidida, la voz para denunciar la situación y para exigir a la autoridad competente las  medidas eficaces y rápidas para ponerle remedio. Inútilmente según parece.
 
  Hasta donde es posible enterarse a través de los medios, puede decirse que las respuestas de los funcionarios no se corresponden con la seriedad ni con la urgencia de las denuncias y las protestas públicas de los agraviados. Más bien se caracterizan por la flema y por las explicaciones poco claras y poco convincentes que formulan, y que  desembocan casi siempre en el sobado recurso de echar la culpa al desastre que, en esos y otros terrenos, les dejaron las administraciones pasadas. Y al final, lo único concreto a que se comprometen es algún calmante, algún paliativo para bajarle presión a la olla, pero que no representa para nadie, y menos para los afectados, una solución completa y duradera.
 
  Sin embargo, la respuesta más completa y profunda a toda esta compleja problemática, es la que da la única voz oficial que cuenta en estos tiempos de transformación, es decir, la del presidente de la República. Esta respuesta, en esencia, consiste en lo siguiente. Lo que el Gobierno se propone hacer es un cambio radical y total a la forma en que el país había venido siendo gobernado y administrado hasta la llegada de la 4ªT, simple y llanamente porque, como lo demuestran los resultados, esa forma y esa dinámica de gobierno estaban diseñadas para servir de instrumento y de tapadera a la gigantesca corrupción que nos venía ahogando como país. Y, obviamente, para lograr el cambio radical de la función, hay que cambiar primero la forma en que se halla estructurado el órgano que la desempeñaba. Hay que sustituirlo por otro que esté diseñado ex profeso para servir eficientemente a la política de la 4ªT.
 
Así es como hay que entender y aquilatar la fiebre destructiva de todos los órganos, instituciones, comisiones, consejos, institutos, organismos supervisores y de contraloría, etc., que servían al viejo régimen. Se trata de demoler hasta sus cimientos al viejo aparato del Estado, incluidas las leyes que lo normaban y delimitaban sus derechos y deberes, para levantar en su lugar el que la 4ªT necesita y exige. Y todo este trastrocamiento de nuestra vida pasada es con la única y reiterada finalidad de combatir, hasta erradicarla para siempre, la gangrena de la corrupción que infestaba a todo el organismo social y estaba a punto de matarlo.
 
  Todos los problemas, daños y carencias que está generando esta revolución de las instituciones, todo el sufrimiento que está causando y que provocan las quejas de que hablamos al principio, son, según este punto de vista, el costo inevitable que cualquier país que quiere cambiar en serio debe pagar para conquistarse una vida mejor. Las marchas, mítines y plantones, las protestas de viva voz o a través de los medios masivos de algunos, son la consecuencia de que no han podido, o no han querido entender que, para llegar al momento de recoger una cosecha opima y compartida, antes hay que labrar la tierra, sembrar, cultivar, cuidar con esmero las plantas y librarlas de plagas y enfermedades que amenazan su vida. No han entendido, en suma, que para alcanzar la abundancia, antes hay que trabajarla con sudor, esfuerzo y sufrimiento. No se puede disfrutar la abundancia si antes no se ha pagado el precio correspondiente. Así pues, AMLO recomienda a los “fifís”, camajanes, conservadores, beneficiarios del capitalismo de cuates, corruptos de cuello blanco y poderosos medios a su servicio, que no se precipiten ni se desgasten en balde; les dice que todo es cuestión de tiempo y que ya llegarán los éxitos clamorosos de la 4ªT. Y, entonces, se verá por fin quién tenía la razón y quién estaba equivocado.
 
  Creo haber entendido todo esto hace tiempo y no estuve ni estoy de acuerdo con ello. ¿Por qué? Sostengo que no se puede pedir sacrificios tan graves y lacerantes al pueblo, como los miles de muertos, heridos y desaparecidos por la violencia desatada, o la muerte de niños con cáncer y de enfermos crónicos por falta de medicinas, a cambio de perseguir una quimera como el combate a la corrupción. Hay ejemplos sobrados de pueblos que han pagado, con sacrificios y sufrimientos peores que éstos, el costo de su emancipación y la conquista de un futuro mejor. Sí. Pero ahí se prueba también que el heroísmo, la decisión y la firmeza con que esos pueblos han peleado y conseguido lo que se proponían, nació del hecho de que sus líderes supieron desplegar ante sus ojos el diagnóstico correcto y fundado de sus males fundamentales, de las causas profundas que los originaban y, en consecuencia, del remedio correcto, de la verdadera solución para curarlos. Esos pueblos no fueron al sacrificio y a la muerte siguiendo a un “iluminado”, ni a improvisados “curanderos sociales”, sino a auténticos gigantes de la historia, la economía y la política que les supieron inculcar y garantizaban que sus sacrificios no serían inútiles.
 
  Yo creo que ya es hora de que los mexicanos entendamos que el progreso de nuestra patria solo puede ser obra de nosotros mismos; que ya es hora de que nos decidamos a elevarnos a la altura de los grandes del planeta apoyados en nuestros propios pies y confiados básicamente en nuestras propias fuerzas; que ya es hora de que nos pongamos a formar mexicanos sanos, fuertes, vigorosos, bien alimentados, bien educados y seguros de sí mismos; de mexicanos que sepan y crean que su país puede y debe ser grande y que de ellos depende que lo sea. México necesita una profunda reforma educativa para formar investigadores y creadores que revolucionen la ciencia y la técnica, y con ello, la producción de riqueza para todos; una reforma fiscal seria y equitativa que dé fondos suficientes al Gobierno para pagar esa educación, la salud, vivienda, alimentación, deporte y servicios para todos, pero sobre todo para nuestra juventud. Necesitamos un plan económico, integral y bien trazado por verdaderos expertos, que garantice el aprovechamiento óptimo de nuestros recursos materiales y humanos para producir riqueza y bienestar compartidos. Ya basta de hacerle al tonto con tratados comerciales e inversiones extranjeras pero sin hacer nuestra parte, creyendo que el saber, el bienestar y la riqueza nos llegarán del exterior. ¿Dónde o cuándo ha ocurrido eso? Y ya basta de organizar protestas y caminatas de cientos de kilómetros solo para pedirle una audiencia a AMLO, a sabiendas de que no tiene nada qué ofrecernos. Mejor trabajemos en serio con el pueblo, uniéndolo, educándolo y organizándolo para que conquiste el poder y ponga en práctica un plan nacional de desarrollo que responda a sus auténticos y profundos intereses. Esa es, al menos, mi honrada y profunda convicción.