40 años de denuncia y lucha contra la pobreza

  • Aquiles Córdova

El domingo 16 de noviembre de este 2014, con un acto masivo en el Estadio Azteca que reunió a unos 150 mil antorchistas provenientes sólo del oriente del Estado de México, el antorchismo nacional puso punto final a los actos conmemorativos de sus 40 años de lucha, organizada y pacífica, contra la pobreza, que lograron reunir, en conjunto, la impresionante cifra de 950 mil antorchistas. En 18 de los 32 actos que en total se realizaron, me tocó la dura tarea de pronunciar el discurso central y hoy, a través de este importante medio escrito, quiero hacer un resumen, lo más breve y coherente que pueda, de lo dicho en tales intervenciones.

1.- El marco mundial. El “sistema de libre empresa”, capitalismo a secas, vive una crisis que muchos especialistas consideran irreversible. Dicha crisis terminal se manifiesta, primero, en la extrema concentración de la riqueza que hoy existe en el mundo. Según un informe reciente de la Organización Global para el Desarrollo (OXFAM), las 85 personas más ricas del planeta acumulan una riqueza igual a la que en conjunto posee la mitad más pobre de la humanidad (unos 3,750 millones de seres, aclaro yo). Entre 2013 y 2014, dice, ese mismo número de personas incrementó su riqueza en 668 millones de dólares diarios; es decir, casi medio millón de dólares por minuto, y remata con la siguiente ilustración: si Bill Gates, el mega millonario dueño de Microsoft, decidiera consumir toda su fortuna gastando un millón de dólares por día, tardaría la friolera de 218 años en conseguirlo. La consecuencia de tan escandalosa desigualdad es la inmensa masa de pobres que abarca a más de la mitad de quienes hoy viven sobre la tierra. Winnie Byanyima, directora ejecutiva de OXFAM, dice al respecto: “Hoy en día, el crecimiento económico sólo beneficia a los más ricos”; afirma que, cada año, 100 millones de personas en todo el mundo se empobrecen por sus gastos en salud, y que, entre 2009 y 2014, un millón de mujeres murió de parto por falta atención médica adecuada. Concluye que “invertir en servicios públicos gratuitos, es esencial para cerrar la brecha entre las personas ricas y el resto”.

Pero la acumulación desmedida provoca otros efectos negativos. El centro de gravedad del poder económico (y en consecuencia, también del político) se desplaza de las inversiones productivas a las finanzas; la economía deja de ser una economía industrial para volverse una economía especulativa. El riesgo es, precisamente, una especulación descontrolada, ya que ahora a eso se dedicará el capital privado, tanto más, cuanto mayor sea su crecimiento. Este riesgo se materializó ya en la famosa crisis de 2008, de la que el mundo entero no acaba de salir. No es casual que haya estallado en Estados Unidos, y precisamente en su sector financiero, puesto que hoy se sabe que fue así porque sus poderosos banqueros se entregaron a cuantiosas maniobras especulativas no sólo mal pensadas e imprudentes, sino francamente delictuosas. Lo peor ocurrió cuando la crisis se extendió al mundo entero provocando problemas de deuda en Grecia, en España y otros países, además de un rápido crecimiento del desempleo, un deterioro de los salarios, la cancelación de prestaciones laborales y fuertes recortes al gasto público. La crisis, en último término, la están pagando las grandes masas empobrecidas.

Otro síntoma de la crisis terminal del sistema de “libre empresa” es la saturación de capital de los países más ricos, que brota del hecho de que la concentración de la riqueza no se da sólo al interior de cada país, sino también a escala mundial; es decir, entre los distintos países capitalistas, razón por la cual, mientras en los países pobres y rezagados, que son la mayoría, hay escasez de capitales productivos y tienen que recurrir al endeudamiento y a la inversión extranjera para poder crecer, en los países ricos hay exceso de dichos capitales; es decir, sus dueños ya no encuentran espacio para inversiones lucrativas en su país de origen. A ello viene a agregarse la sobreproducción de mercancías en cantidades tales que rebasan con mucho la capacidad de consumo de su mercado interno. Ambos excedentes, de capitales como de mercancías, empujan a las economías capitalistas desarrolladas, sobre todo en épocas de crisis como la actual, a convertirse en economías de guerra, es decir, en economías que echan mano de la guerra como el recurso más seguro y expedito para dar salida a sus excedentes de producción y de capital, así como para apoderarse de las grandes reservas de energía y de materias primas del planeta. Las ininterrumpidas guerras “locales” que hemos presenciado desde que el mundo quedó a merced del capital mundial, son una consecuencia y un síntoma inocultable de la crisis terminal del sistema.

El desmembramiento de Yugoslavia, la invasión de Afganistán, las tres guerras contra Irak, la “Primavera árabe” (nombre falso inventado para confundir a la opinión pública mundial y ocultar tras él sus verdaderos propósitos agresivos y expropiadores) en Túnez, Libia y Egipto, la agresión contra Siria, el genocidio del pueblo palestino para expulsarlo de su territorio y quedarse con sus recursos marítimos, el golpe de Estado en Ucrania para colocar en el poder al fascismo rampante encabezado por Poroshenko, el incremento artificial de las tensiones entre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (el brazo armado del capitalismo mundial) y la Federación Rusa, obedecen al propósito imperialista de los Estados Unidos y sus aliados europeos de adueñarse del mundo entero y de ganar posiciones geoestratégicas con vistas a una posible guerra total contra Rusia y China. En concreto se pretende: a) adueñarse del gas y del petróleo del Cercano y Medio Oriente y norte de África; b) abrir mercado a los productos y a los capitales ociosos de “occidente”; c) arrasar toda la infraestructura de esos países para, a continuación, proceder a su “reconstrucción” con capitales ociosos que tendrán que pagar los países invadidos. De paso, gastar la mayor cantidad posible de armamento y municiones con el fin de reactivar la industria bélica de las potencias agresoras y reanimar sus debilitadas economías, y d) conseguir ventajas geoestratégicas frente a Rusia y China.  

2.- La situación nacional. México se encuadra geográficamente en el subcontinente latinoamericano, y económicamente entre los países pobres y rezagados del mundo. La desigualdad extrema y la pobreza en nuestro ámbito geográfico son similares a las que existen en escala planetaria. El citado informe de la OXFAM dice a este respecto: “Sólo en Latinoamérica y el Caribe, el número de personas ricas que acumulan más de mil millones de dólares creció en un 38% de 2012 a 2013. En ninguna otra región del mundo subió tanto este grupo”. Asegura también que “las personas ricas latinoamericanas acumulan alrededor de dos billones (¡ojo! Billones, no millones) de dólares en paraísos fiscales”; y concluye que: “Una de las acciones importantes que deben cumplir los gobiernos es frenar la evasión y la elusión fiscal de grandes empresas y persona adineradas, para que los Estados tengan suficientes recursos para construir sociedades más justas”. Ciertamente que no somos un país invadido y saqueado por la fuerza de las armas; pero es un hecho que nuestros males sociales nacen del modelo “exportador” que nos han impuesto los organismos mundiales responsables de la marcha de la economía mundial, todos ellos al servicio de los intereses del capital norteamericano. Dicho modelo consiste en que nuestra estructura productiva está volcada, casi enteramente, hacia el mercado mundial, dejando de lado las necesidades del  mercado interno que, además, se halla debilitado por el incremento del desempleo que dicho modelo favorece, y por los bajos salarios que paga, alegando que su tecnología simplifica al máximo la tarea del obrero.

3.- Algunos estragos del “modelo exportador”. Según cifras oficiales, la pobreza en México alcanza al 53% de la población; es decir, unos 62 millones de personas. Pero investigadores independientes calculan que la cifra llega fácilmente al 85%, o sea, unos 90 millones en total. En cualquier caso, el número de pobres es intolerablemente alto y muy peligroso para la estabilidad y la paz social del país. El desempleo abierto, que es determinante en el problema de la pobreza, anda alrededor del 5% de la población en edad de trabajar; pero no debe olvidarse que esta cifra no incluye a quienes laboran en la economía informal, los famosos “vendedores ambulantes” que, según estimaciones del Fondo Monetario Internacional hechas en 2006, representan entre el 50 y el 60% de la población económicamente activa. Sumadas ambas cifras (suponiendo que las cosas no hubiesen cambiado demasiado), estaríamos hablando de entre 25 y 30 millones de desocupados en total. La CEPAL, por su lado, calculó en 2007 que  el sector informal genera un tercio del Producto Interno Bruto del país (PIB), el tercer porcentaje más elevado del mundo, sólo inferior al de Brasil y Turquía. Esto comprueba lo elevado de la cifra de trabajadores informales. Y otra vez, se mida como se mida, el desempleo real del país es exageradamente alto, no menor al 40% de la Población Económicamente Activa en el mejor de los casos; y no hay que perder de vista que la cifra no incluye a quienes emigran al extranjero ni a los que se enrolan en el mundo del crimen y la delincuencia, organizada o no.

El déficit de vivienda se calcula en tres millones, o sea que unos 15 millones de mexicanos (calculando 5 miembros por familia) carecen de un lugar para vivir; muchos miles más no tienen acceso al agua potable, a los servicios de salud, a la energía barata, al drenaje, al pavimento, a la recreación, al deporte y al descanso entre otras cosas. El transporte es particularmente caro, ineficiente e inseguro. Millones de trabajadores cuyo centro de trabajo se halla lejos de su domicilio, gastan en transporte una parte considerable de su salario, sin contar las muchas horas que emplean en ir y volver, horas restadas al descanso, a la convivencia familiar y al sueño reparador que nadie les agradece ni menos les retribuye. Estos factores de la pobreza también son una consecuencia del modelo “exportador”, pero lo son más directamente de un Estado y de un gobierno aferrados tozudamente al “fundamentalismo de mercado” que justifica su inacción frente a los desequilibrios y las desigualdades engendradas por el mercado. En efecto, tales carencias son consecuencia de una aplicación sesgada del gasto público en favor de los grupos privilegiados, tal como sostiene el informe de la OXFAM.

Y hay más. Los estudiosos del tema dicen que la canasta básica diaria del mexicano oscila entre 450 y 650 pesos, mientras que el salario mínimo ronda los 70 pesos diarios. Y es un dato oficial que el 75% de los trabajadores con empleo formal ganan entre dos y tres salarios mínimos; es decir, entre 140 y 210 pesos, de modo que quien más gana se queda a 140 pesos de distancia de la canasta básica más barata. Sobre el mismo tema, el secretario del Trabajo, Alfonso Navarrete Prida, declaró hace poco que el salario mínimo perdió un 75% de su capacidad adquisitiva en los últimos 20 años, mientras que el economista Genaro Aguilar Gutiérrez afirma que: “Uno de cada 10 mexicanos, cerca de 15 millones, vive con 1.25 dólares al día; o sea, unos 17 pesos”; dice también que si sólo se hubiera conservado el poder adquisitivo que tenía el salario en 1980, el mínimo debería andar por los 5,683 pesos con 39 centavos (y no en los 2,100 pesos, calculando 70 pesos por día, que se pagan hoy). Añade Aguilar Gutiérrez que si se hubiera incrementado el salario en un modestísimo 2% sobre la inflación, el número de mexicanos en pobreza extrema sería hoy de 3.2 millones, y no los 19.6 millones que tenemos. Concluye que, para satisfacer al mínimo las necesidades de una familia, el salario mínimo debería ser superior a 6 mil pesos mensuales; el grueso de los obreros debería ganar entre 12 mil y 18 mil pesos al mes (2 o 3 salarios mínimos). No hay duda, pues, que a la luz de tales cifras, el modelo económico, el fundamentalismo de mercado de los funcionarios, la política fiscal del Gobierno y la forma en que se ejerce el gasto público, salen absolutamente reprobados.

4.- ¿Qué hacer para remediar esta tragedia? La respuesta no ofrece dudas según nuestro punto de vista, y está implícita en el planteamiento mismo del problema: hay que cambiar el actual modelo económico por uno que acepte y ponga rigurosamente en práctica los siguientes cuatro cambios fundamentales en la política económica: a) crear empleos suficientes para todos los mexicanos en edad de trabajar y que deseen hacerlo; b) elevar sustancialmente los salarios en términos iguales o parecidos a los que plantea el economista Genaro Aguilar Gutiérrez y, en cierto modo, también la OXFAM; c) cambiar la política fiscal del Gobierno por una que en vez de recargarse en las mayorías de menores ingresos, obligue a pagar más a quienes ganan más; d) reorientar el gasto público de modo que se invierta un 40% o más en los sectores más bajos y un l0% en los más favorecidos. Esto daría como resultado inmediato una distribución más equilibrada de la renta nacional.

5.- ¿Cómo hacerlo? Es obvio que el cambio que proponemos no es fácil ni puede alcanzarse sólo con buena voluntad; que detrás del “modelo exportador” están los intereses del capital extranjero y nacional que se benefician con él y que lo defenderán con todos los medios a su alcance. No obstante, los cambios deben hacerse, porque de lo contrario, las consecuencias serán graves y fatales. Como afirma la OXFAM, la desigualdad extrema y la pobreza masiva obedecen a la concentración excesiva de la riqueza y del poder político en manos de una pequeña élite privilegiada, y sus consecuencias son la degradación y prostitución de la política, el freno al crecimiento económico, la reducción a cero de la movilidad social y el incremento de la criminalidad y aun de los actos violentos. Y no cabe duda de que mucho de esto lo estamos viviendo ya en México: crímenes como el secuestro y asesinato de don Manuel Serrano Vallejo, los asesinatos de Tlatlaya, en que los elementos del Ejército encarcelados son simples chivos expiatorios, las desapariciones de estudiantes en Iguala y otros semejantes, exhiben una colusión evidente, o al menos una omisión dolosa de altos funcionarios, lo que demuestra la degradación de la política y de algunos políticos con influencia y poder; el crecimiento de un 2% en promedio de la economía en los últimos 20 años es un freno del crecimiento; la pobreza, la marginación, el desempleo y los bajos salarios corresponden a una movilidad social negativa; y los actos violentos están a la vista de todos y no hace falta abundar en ellos. La OXFAM concluye que el remedio consiste en acabar con la concentración excesiva de la riqueza y el poder, distribuyendo ambos equitativamente entre la mayoría de la población, que es casi lo mismo que planteamos nosotros.

Para hacerlo no hace falta más que organizar al pueblo trabajador que padece directamente las consecuencias del modelo actual y que, por lo mismo, está lógicamente interesado en su transformación positiva, despertarlo y educarlo políticamente para que aprenda a luchar de manera resuelta y decidida por ese cambio, pero dentro de los marcos de la ley y con pleno respeto a los derechos de todos. Mas como hasta una cosa tan justa y elemental como ésta asusta o enfurece a los privilegiados, en todos los actos masivos del 40 Aniversario el antorchismo precisó, recalcó y subrayó que el camino que propone no es otro que el del absoluto respeto y la plena vigencia de nuestra ley de leyes, de nuestro pacto social fundamental, el que nos une y cohesiona como país, la Constitución General de la República. Pero a condición de que no se vea en ella sólo su aspecto punitivo, sólo un instrumento eficaz para perseguir y castigar los delitos o para deshacerse de enemigos molestos, que es lo que hacen todos los políticos al uso. ¡Ya basta de ver en la Constitución sólo un garrote para someter a los levantiscos y a los delincuentes! ¡Ya es hora de que recuperemos la visión del ilustre liberal del siglo XIX mexicano, don Mariano Otero, quien sostuvo firmemente que una Constitución juega siempre una doble función básica: garantizar y conservar la unidad nacional y promover el progreso y el desarrollo de la nación. Para lo primero es indispensable respetar las garantías individuales esenciales: igualdad, libertad, seguridad y propiedad; para lo segundo, hace falta respetar los derechos políticos del ciudadano: libertad de prensa, de opinión, de reunión, de organización, de petición y de protesta, y poner en ejecución una política social que procure, y poco a poco alcance, el progreso y el bienestar social compartido; que fomente la riqueza y la movilidad social y que atempere los extremos de opulencia y miseria que siempre lesionan a las mayorías y provocan descontento e inestabilidad social.

Eso, exactamente eso y nada más, es lo que defiende y exige el Movimiento Antorchista Nacional. Y en este 40 Aniversario, queremos dejar constancia escrita de ello para el conocimiento de la opinión pública nacional, que es y será siempre nuestro mejor y más respetado juez.