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Concede Papa Francisco, bendición e indulgencia Urbi Et Orbi a todo el mundo

A fieles que sufren enfermedad del Covid-19, a quienes cuidan de ellos y se unen en oración.

Roma, Italia., Desde la Santa Sede del Vaticano, el Santo Padre Francisco, impartió la bendición Urbi Et Orbi, (A la Ciudad (Roma) y al mundo” cuya bendición es la más solemne que imparte a la Ciudad de Roma y al mundo entero a los fieles que sufren la enfermedad del Covid-19, así como a los trabajadores de la salud, familiares y aquellos que en cualquier calidad cuidan de ellos. Al igual que los fieles que se unen en Oración para implorar el fin de la epidemia, el alivio de los afligidos y la salvación eterna a los que el Señor ha llamado a su presencia.

            Desde la Plaza de San Pedro, la bendición Urbi Et Orbi se imparte durante el año siempre en dos fechas: el Domingo de Pascua y el día de Navidad, 25 de Diciembre; y de manera extraordinaria celebrada este viernes 27, esta bendición otorgó la remisión por las penas debidas por pecados ya perdonados, es decir, confirió una indulgencia plenaria a quienes también rezan el Santo Rosario, a la práctica piadosa del Viacrucis u otras formas de devoción, o si al menos rezan el Credo, el Padrenuestro y una piadosa invocación a la Santísima Virgen María, ofreciendo esta prueba con espíritu de fe en Dios y de caridad hacia los hermanos.

            En esta explanada, se colocó el Crucifijo de San Marcelo del Corzo, a quien se le atribuye la sanación de la gran peste de Roma en 1522, así como de la presencia de la imagen ícono de María Santísima, invocada como salud del pueblo, la cual habitualmente está llena por feligreses, pero que hoy lució vacío pero lleno de fe y devoción mediante una amplia difusión seguidas por millones de personas a través de diversas plataformas digitales y del acompañamiento de medios masivos de comunicación quienes contribuyeron con sus espacios para hacer llegar este mensaje a todo el mundo, convocados a esta oración extraordinaria para escuchar la palabra de Dios así como la adoración al Santísimo Sacramento.

            En el marco de la Cuarta Semana del Tiempo Litúrgico de la Cuaresma, en su oración invocó a Dios omnipotente y misericordioso, “Mira nuestra dolorosa condición, consuela a tus hijos y abre nuestros corazones a la esperanza, para que sentamos en medio de nosotros nuestra presencia de padre”.

            Conforme al Evangelio de hoy, según San Marcos y en su homilía, agregó: “Al atardecer así comienza el Evangelio que hemos escuchado, desde hace algunas semanas parece que todo se ha obscurecido, densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades.

Se fueron adueñando de nuestras vidas, llenando todo de silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso; se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos, al igual que los discípulos del Evangelio nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa, nos dimos cuenta que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo, importante y necesario todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.

En esta barca estamos todos como esos discípulos, que hablan con una única voz, y con angustia dicen estamos perdidos. Que también nosotros nos damos cuenta que no podemos seguir por nuestra cuenta, sino sólo juntos.

Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús, mientras los discípulos naturalmente están alarmados y desesperados, el permanece en la popa en la parte de la barca que primero se hunde, y qué hace?, a pesar del ajetreo, duerme tranquilo y confiado en el Padre, es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo, después que lo despiertan y que calmara el viento y las aguas, se dirige a los discípulos con un tono de reproche.

¿Por qué teneis miedo?, ¿Aún no teneis fe?

Tratemos de entenderlo. En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús?, ellos no habían dejado de creer en él y lo invocaron, pero veamos cómo lo invocan. ¿Maestro, no te importa que estemos perdidos?, ¿no te importa? Pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención.

Entre nosotros, entre nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir. ¿Es que no te importo?

Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón, también habrá sacudido a Jesús porque a él le importamos más que a nadie, de hecho una vez invocados salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades; nos nuestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.

La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos, todas esas tentativas de anestesiar de aparentes rutinas salvadoras incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar las raíces de nuestros ancianos privándonos así de la inmunidad necesaria para hacer frente a la adversidad.

Con la tempestad se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que nos disfrazábamos nuestros egos siempre pretensiosos de querer aparentar y dejó una vez más al descubierto esa bendita pertenencia común  de la que no podemos ni siquiera queremos evadirnos esa pertenencia de hermanos”.

            Desde esta santa sede, en la cuyo centro del obelisco de la Plaza de San Pedro se lee: “cristo Vence, Cristo Reyna, Cristo Impera”, el sucesor de Pedro, añadió: ¡Porqué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?

            Señor, esta tarde tu palabra nos interpela y se dirige a todos en este nuestro mundo que tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa, no nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias planetarias, no hemos escuchado el grito de los pobres que ven nuestro planeta gravemente enfermo, hemos continuado imperturbables pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo.

Ahora mientras estamos en mares agitados te suplicamos, despierta Señor. ¡Porqué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?. El Señor nos dirige una llamada a la fe, y no es tanto creer que tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti; en esta Cuaresma resuena tu llamado: “Convertios, volved a mí de todo corazón”, nos llama a tomar este tiempo de prueba como un momento de opción; no es un momento de tu juicio sino de nuestro juicio.

            Es tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo del restablecer el tiempo de la vida hacia ti Señor y hacia los demás y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares pues ante el miedo han reaccionado han dado la propia vida.

            Es la fuerza operante del espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas, es la vida del espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar como nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes corrientemente olvidadas, que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show, pero sin lugar a dudas están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia.

            Médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos de los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerza de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.

            Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús que todos sean uno. Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza cuidándose de no generar pánico sino corresponsabilidad, cuántos padres, madres, abuelos, abuelas y docentes muestran a nuestros niños con gestos pequeños y cotidianos como enfrentar y transitar una crisis, readaptando hábitos, levantando miradas e impulsando la oración.

            Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras, ¿Porqué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?, el comienzo de la fe es saber que necesitamos no somos autosuficientes, solos nos hundimos, necesitamos al Señor como los antiguos marineros, invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida, entreguémosle nuestros temores para que él los venza al igual que los discípulos experimentaremos que con él a bordo no se naufraga porque esta es la fuerza de Dios, convertir en algo bueno todo lo que nos sucede incluso lo malo.

            El trae serenidad en nuestras tormentas porque con Dios la vida nunca muere; el Señor nos interpela y en medio de nuestra tormenta nos invita a despertar y a mitigar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, comprensión y sentido a estas horas dónde todo parece naufragar.

            El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual, en su cruz hemos sido salvados, tenemos un timón; en su cruz hemos sido rescatados, tenemos una esperanza; en su cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los encuentros, experimentado la carencia de tantas cosas, escuchamos una vez más el anuncio que nos salva. “Ha resucitado y vive a nuestro lado, el señor nos interpela desde su cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita; no apaguemos la llama humeante que nunca enferma y dejemos que reavive la esperanza.

            Abrazar su cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un momento nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, fraternidad y solidaridad.

            En su cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortaleza y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y cuidar; abrazar al Señor para abrazar la esperanza esta es la fuerza de la fe que libera del miedo y da esperanza.

            ¿Porqué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?.

            Queridos hermanos y hermanas, desde este lugar me gustaría confiarlos a todos al Señor a través de la intercesión de la Virgen, salud a su pueblo, entre ellas el mar tempestuoso, de esta columnata que abraza a Roma y al mundo, desciende sobre vosotros como un abrazo consolador la bendición de Dios. Señor bendice al mundo, la salud a los pueblos y consuela los corazones, nos pides que no sintamos temor, pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo, pero tú Señor, no nos abandones a merced de la tormenta, repite de nuevo:

“No tengáis miedo y nosotros junto con Pedro descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que tú nos cuidas”.

Posterior a su homilía, el Santo Padre Francisco, se dirigió a rezar un instante ante el ícono de la Santa imagen de la Salud del Pueblo Romano, ante quién invocó la maternal intercesión de la Santísima Virgen María por la salud del mundo, así como también se dirigió hacia el crucifijo traído desde la Iglesia de San Marcelo de Corzo, en el Centro de Roma, el cual es venerado ampliamente por el pueblo romano, pues se le atribuye la gran sanación de la peste de 1522 y, posteriormente, el Santo Padre, con solemnidad procedió a la adoración del Santísimo Sacramento del Altar en quien los católicos reconocen la verdadera presencia de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, para bendecir al mundo y calmar la tempestad.

En oración y en adoración, refirió: De todos los males que afligen a la humanidad, del hambre, escasez, el egoísmo, de las enfermedades, epidemias, del miedo, de la locura devastadora, de los intereses despiadados y de la indiferencia, sálvanos señor.

De los engaños, de la información maligna, de la manipulación de las conciencias; sálvanos Señor. Mira a tu iglesia que atraviesa el desierto, consuélalos Señor. Mira a la humanidad aterrorizada del miedo y angustia; mira a los enfermos y moribundos, oprimidos por la enfermedad; Mira a los médicos y a los operadores sanitarios extenuados por el cansancio; mira a los políticos y a los administradores que cargan con el peso de las decisiones, consuélalos Señor.

En la búsqueda del verdadero bien y la verdadera alegría; en la decisión de permanecer en ti y en tú amistad; en el combate contra el mal y el pecado, danos tú espíritu Señor. Si el pecado nos oprime; si el odio nos cierra el corazón; si el dolor nos visita; si la indiferencia nos angustia; si la muerte nos aplasta, ábrenos a la esperanza Señor. Durante este acto litúrgico el Papa Francisco estuvo acompañado del responsable de la liturgia vaticana, Guido Marini. (Aporte de la Parroquia de la Santísima Virgen del Rosario)

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